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El Papa y el infierno – ¿Ha cambiado la doctrina católica respecto al infierno?

infierno

“El papa ha dicho que el infierno no existe…” 

“Que queeee?” 

“Como lo oyes, el Papa lo ha dicho, para que veas que la Iglesia dice hoy una cosa y al día siguiente dice otra….”

Conversaciones similares deben haber ocurrido centenares de veces, de las cuales, yo debo haber presenciado por lo menos diez.

Y no es que para mi desde el primer momento no fuera evidente que esto no podía ser cierto, pero me intrigaba saber si era simplemente palabras inventadas puestas en la boca del Papa, o simplemente una malinterpretación de las mismas.

Luego de investigar un poco encontré que la catequesis donde supuestamente el Papa negaba la existencia del infierno (El Infierno como rechazo definitivo de Dios, por Juan Pablo II) la tenía publicada en www.apologeticacatolica.org, y que había leído por lo menos más de una docena de veces. ¿Negaba la existencia del infierno? En ninguna parte.

Luego de varios años, ya muerto su S.S. Juan Pablo II y sucedido por su S.S. Benedicto XVI me encuentro con que varios diarios comenzaron a publicar noticias como estas: “el Papa resucitaba el infierno”“el Papa abre el infierno”, que no tenían otra intención que hacer creer que la enseñanza del Papa Benedicto XVI era opuesta a la del Papa Juan Pablo II.

Recientemente vi la oportunidad de tratar el tema cuando un lector de mi blog (testigo de Jehová) vino “armado” con el argumento, cual soldado con fusil de palo.

Para analizar el argumento reproduciré unos extractos tomados de la Web al respecto:

“A Juan Pablo II, el Papa anterior, le asaltaron las dudas. A tal punto que se atrevió a corregir a fondo y en la dirección contraria el concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno. El cielo, dijo entonces el Papa polaco, «no es un lugar físico entre las nubes. El infierno tampoco es un lugar, sino la situación de quien se aparta de Dios». El 28 de julio de 1999, en el curso de una audiencia, Juan Pablo II declaró: «Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es una situación de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios»”.

Poco le faltó para decir, como Juan Pablo Sartre, «el infierno son los otros». Especialistas en temas del Vaticano dijeron entonces que Juan Pablo II quiso prescindir del infierno para cumplir con el Concilio Vaticano II en el sentido de «aggiornamento», acercar la Iglesia a los tiempos que corren y teniendo en cuenta que el 60 por ciento de los católicos italianos afirman creer en Jesucristo, pero no en el infierno.
El Papa abre el infierno, por Juan Antonio Monroy (Articulo publicado en Protestante Digital)

“Hace unos 8 años, exactamente en 1999, el Papa Juan Pablo II afirmaba que el infierno no existía para alivio de todas las personas que han sido auténticos diablos en este Mundo. Ahora, su sucesor, Benedicto XVI, afirma que hay que recuperar el sentido de lo infernal para, de este modo, luchar contra la falta de moral y la modernidad que está invadiéndonos como una terrible epidemi”
Artículo “El Infierno, hoy existe y mañana no siguiendo el capricho del Papa de turno” de autor desconocido. 

Comentarios como los anteriores abundan en la Web con diferentes niveles de desinformación.

La raíz del problema

Antes de entrar de lleno en el tema es importante profundizar un poco en la enseñanza de la Iglesia respecto a la existencia del infierno.

Dice el Catecismo oficial de la Iglesia Católica:

“CIC 1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la

comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”.”

Más adelante continúa el Catecismo:

CIC 1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

De lo anterior se deduce que el que está en el infierno sufre las penas infernales: la pena de daño (privación eterna de la visión beatifica) y pena de sentido (tormento sensible). Es importante darse cuenta de que aunque el Catecismo (aprobado precisamente por Juan Pablo II) menciona ambas penas infernales, enfatiza que la principal no es el tormento sensible, sino la pena de daño. Esto también lo explica el padre Carlos Buela en su artículo “Un infierno Ligth”:

“La pena de daño es la pena esencial del infierno.

Si con la imaginación más tropical y el corazón más calenturiento imaginásemos las torturas más refinadas e increíbles, las penas de sentido más espantosas que jamás se hayan pensado, y si aún dejásemos como nenes de pecho a la imaginería barroca acerca del infierno, a la tortura china y a los modernos torturadores con sus refinadas técnicas, . si el infierno tuviese todos esos tormentos sensibles incluso elevados a la enésima potencia, pero si no hubiese pena de daño, el infierno no sería infierno sino más bien paraíso, ya que se vería a Dios.. Por el contrario, si en el infierno no hubiese pena de sentido, pero sí privación de la vista de Dios, el infierno sería infierno y tan insufrible como el que tuviese los más espantosos y horribles castigos infligidos por las creaturas.”

Esto no es ninguna novedad, pues así lo han entendido los padres de la Iglesia por siglos, y una explicación similar la hemos recibido de la pluma de San Juan Crisóstomo más de un milenio atrás:

“La doble pena del infierno: El fuego y la privación de Dios

Aparentemente no hay aquí más que un solo castigo, que es el ser quemado por el fuego; sin embargo, si cuidadosamente lo examinamos, veremos que son dos, porque el que es quemado es juntamente desterrado para siempre del reino de Dios. Y este castigo es más grave que el primero. Ya se que muchos sólo temen al fuego del infierno, pero yo no vacilo en afirmara que la pérdida de la gloria eterna es más amarga que el fuego mismo. Ahora, que eso no lo podamos expresar con palabras, nada tiene de extraño, pues tampoco sabemos la naturaleza de los bienes eternos para podernos dar cabal cuenta de la desgracia que es vernos privados de ellos….Cierto, insufrible es el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la perdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca «no te conozco». De que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Mas valiera que mil rayos nos abrazaran, que no ver aquel manso rostro que nos rechaza, y que aquellos ojos serenos no pueden soportar mirarnos”
Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo 23,8 BAC 141, 489-491

Esto es lo que ha enfatizado el papa Juan Pablo II en su catequesis al decir “El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría” , palabras que ni niegan que el infierno exista, tampoco que sea un lugar y mucho menos que los condenados sufran la pena de sentido.

Ilustrar esto parecería innecesario debido a que una lectura cuidadosa de las palabras del Papa bastaría para disipar cualquier duda, pero aún así será prudente colocar unos cuantos ejemplos.

Si alguien dijera: “Messi, más que un jugador, es un astro del futbol” ¿Se podría entender que Messí deja de ser un jugador por ser un astro del futbol? ¿O quizá se debería entender que más que negando lo primero (que Messi es un jugador) se está enfatizando lo segundo (es un astro…)

Si alguien dijera “Cancún, más que un excelente lugar turístico, es un paraíso” ¿Se podría entender que no podemos hacer turismo en Cancún? ¿O deberíamos entender la segunda parte de la oración (“es un paraíso”) pone de relieve lo primero (“es un excelente lugar turístico”) en un nivel superlativo.

Si hoy mismo el Papa declarase: “Cristo, más que un hombre, era Dios” ¿Se podrá entender que el Papa está negando la unión hipostática de la Persona de Cristo? ¿O deberemos entender, tal cual enseña la recta doctrina católica que Cristo por ser Dios no deja de ser hombre?

Exactamente lo mismo sucede con las palabras del Papa, quien ni niega que el infierno exista ni pretende definir si el infierno es o no un lugar (lo cual es a fin de cuentas irrelevante). Así, aunque las almas condenados estuvieran en el vacío (donde no existe nada) o estuvieran libres de ir a cualquier parte, no dejarían por esto de sufrir la privación de la visión beatífica. Llevarían el infierno consigo a donde fueran.

¿Fuego literal o metafórico? 

Si estudiamos la Tradición de la Iglesia encontraremos muchas referencias al “fuego eterno”, algunos padres de la Iglesia parecen entender este fuego como literal, otros como metafórico. Estas diferentes interpretaciones, que para los detractores de la Iglesia parece ser una oportunidad de demostrar que la doctrina católica no es uniforme, es también irrelevante pues son simplemente distintas interpretaciones de las figuras que utiliza la Escritura.

Lo importante es que tanto quienes interpretan que el fuego es metafórico, así como quienes interpretaron que es literal entienden que que se hace referencia a un tormento sensible que sufre el condenado, lo cual es dogma de fe.

Autor: José Miguel Arráiz

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