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La sucesión apostólica en el Nuevo Testamento

sucesión apostólica

¿De veras “no hay huella” de la doctrina de la sucesión apostólica en el N.T.?.

Nota Introductoria: si buscamos en los textos del Nuevo Testamento un pasaje donde diga: “Por la presente, yo, Apóstol N.N., declaro a fulano mi sucesor”, sin duda no lo vamos a encontrar. De semejante expresión, “no hay huellas”. ¡Tampoco es necesario una frase de ese porte para mantener la doctrina de la sucesión apostólica! Basta ver lo que los apóstoles de hecho hicieron para darnos cuenta que tuvieron la intención de establecer sucesores, es decir, hombres que guiasen las iglesias locales con autoridad recibida de los apóstoles. En otros artículos de este sitio se puede ver cómo los Padres de la Iglesia de los primeros cuatro siglos y el magisterio de la Iglesia han interpretado las Escrituras y han enseñado sobre este punto. Para una breve exposición de la doctrina y saber a qué se refiere la expresión “sucesión apostólica” y a qué no se refiere, ver el artículo de A. Lang.

Si leemos con atención las Escrituras, y sobretodo sin prejuicios, veremos que el oficio que Jesús da a los Apóstoles de regir, enseñar y santificar la Iglesia de Dios no puede terminar con la muerte de éstos. Jesús tenían intención de que la Iglesia permaneciese hasta el final de los tiempos (Mt 28,20), que sea predicada a toda creatura (Mc 16,15; Mt 28,18) y que arribase hasta el confín de la tierra (Hechos 1,8). Esta misión encomendada por Jesús a los Apóstoles es imposible llevar a cabo si el oficio de regir, enseñar y santificar no se extiende de algún modo hasta el final de los tiempos y hasta el confín de la tierra, cosa que no puede realizarse si ese oficio termina con los Apóstoles, como es obvio.

Veamos algunos textos en particular donde se comprueba que los Apóstoles, conscientes de que ellos morirían y de que la Iglesia debía perdurar hasta el fin del mundo, y que era como “una ciudad sobre la montaña” (es decir… ¡visible!) tuvieron la intención de instituir hombres que, en lugar de ellos, gobernasen la Iglesia con autoridad, y que a su vez esos hombres instituyesen a otros en su lugar. Es lo que llamamos “sucesión apostólica”. Sin duda que los Apóstoles lo hicieron no por voluntad propia, sino movidos por el Espíritu Santo, y muy probablemente por instrucciones precisas de parte del mismo Jesús, como lo dice Clemente, obispo de Roma (véase el artículo con los textos de los Padres). De este modo la autoridad que tuvieron estos sucesores de los apóstoles se considera como proveniente de Dios, y no meramente organizativa, y mucho menos “invisible”, ya que estos sucesores ocupan el puesto de los Apóstoles. (Véase el artículo del magisterio de la Iglesia y el de A. Lang para la distinción entre lo que era transmisible en el oficio apostólico y lo que no lo era). Esto quedará claro luego de analizar algunos pasajes.

Las cartas “pastorales”

Con razón anota Tomás de Aquino que la materia de estas cartas es “la instrucción a los que rigen el pueblo de Dios” (Comentario a 1 Timoteo, prólogo). En estas cartas, tanto Timoteo como Tito aparecen como:

  1. a) los que ostentan el lugar de Pablo, es decir, obran en su nombre, con su autoridad:

Te escribo estas cosas, esperando ir a ti pronto, pero en caso que me tarde, te escribo para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad… Te encargo solemnemente en la presencia de Dios y de Cristo Jesús y de sus ángeles escogidos, que conserves estos principios sin prejuicios, no haciendo nada con espíritu de parcialidad.
(1 Tim 3,14s y 5,21)

Incluso les confiere la autoridad de nombrar a otros al frente de la iglesia:

Por esta causa te dejé en Creta, para que pusieras en orden lo que queda, y designaras ancianos en cada ciudad como te mandé (Tit 1,5) No impongas las manos sobre nadie con ligereza, compartiendo así la responsabilidad por los pecados de otros; guárdate libre de pecado (1 Tim 5,22). Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim 2,2).

Es claro pues que el Apóstol les encomienda que obren en su lugar, sin hacer nada sino lo que él les había dicho, e incluso les confiere la autoridad que hasta el momento se reservaba sólo a los Apóstoles, a saber, establecer a los guías de la iglesia (ver Hechos 14,22-23).

Pablo los está instruyendo, sabiendo que la muerte le es próxima (2 Tim 4,5-8); se trata pues de instrucciones para ser puestas en práctica por los líderes de las iglesias después de su muerte, y hasta la venida del Señor (1 Tim 6,14), por lo que se entiende la preocupación de Pablo en que Tito y Timoteo tengan especial cuidado en elegir a los que deban suceder a ellos (ver citas más arriba). Es claro que los está dejando, de hecho, como responsables de las iglesias en lugar de él.

  1. b) están al cuidado de las iglesias puestas a su cargo con toda autoridad: A Timoteo le encomienda la delicada misión de custodiar la doctrina, misión que si bien es compartida por todos los creyentes, encuentra en Timoteo el principal responsable:

Al señalar estas cosas a los hermanos serás un buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido… Esto manda y enseña… Entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza… Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan… (1 Tim 4,6.11.13.16)

Es claro que el oficio de Timoteo es exclusivo de él, en el sentido que Pablo deja un responsable de la comunidad en lo que toca a la enseñanza, y ese es Timoteo. Los demás “escuchan” (1 Tim 4,16). Más adelante continúa en la misma línea:

Enseña y predica estos principios. Si alguno enseña una doctrina diferente y no se conforma a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido y nada entiende… Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo…  Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, y evita las palabrerías vacías y profanas, y las objeciones de lo que falsamente se llama ciencia… (1 Tim 6,3.13-14,20)

Luego agrega con más fuerza aún:

Te encargo solemnemente, en la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por su manifestación y por su reino: Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción (2 Tim 4,1s).

Le mandará lo mismo a Tito:

Pero en cuanto a ti, enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina… muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad, con palabra sana e irreprochable…  Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie (Tit 2,1.7-8,15).

Palabra fiel es ésta, y en cuanto a estas cosas quiero que hables con firmeza, para que los que han creído en Dios procuren ocuparse en buenas obras (Tit 3,8).

Es de recordar que el oficio de la enseñanza “con toda autoridad” era el oficio propio de los Apóstoles, como consta en todas las Escrituras del Nuevo Testamento (ver por ejemplo Hechos 6,2-4).

También se le advierte a Timoteo (1 Tim 2,1-11) cómo debe ser el culto de los cristianos, para que él supervise y no permita que se hagan las cosas de cualquier manera.

Por otro lado, Pablo es cuidadoso de transmitir a Timoteo y Tito asuntos importantes del gobierno de la Iglesia, como por ejemplo las cualidades que deben tener los que quieran servir como obispos, diáconos o presbíteros; no sólo eso, sino también cómo deben ser considerados si son acusados y llevados a juicio, todas cosas estas que, por su misma naturaleza, corresponden a personas que ostentan autoridad sobre toda la comunidad (ver 1 Tim 3,1-10; 5,15-20; 2 Tim 2,2; Tit 1,5-9; 2,15ss). Y también les encomienda a todo el resto de la comunidad: ancianos, jóvenes, doncellas, viudas, adolescentes y esclavos (1 Tim 5,1-16; Tit 2,2-10). Y finalmente les enseña cómo deben ser amonestados y eventualmente anatematizados los herejes:

Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal es perverso y peca, habiéndose condenado a sí mismo (Tit 3,10)

En una palabra, Tito y Timoteo son establecidos por Pablo para gobernar con toda autoridad las iglesias. Una iglesia “invisible”, como teorizan algunos, sin hombres de nombre y apellido con autoridad apostólica, ¿Cómo podría aplicar la disciplina de la “excomunión”, o como dice el texto “desechar” a uno que causa divisiones? ¡Pues sin duda que ese uno encontrará pasajes bíblicos que, según él, confirman su doctrina! ¿Y quién tendrá razón?

  1. c) son establecidos con autoridad divina: de hecho Timoteo y Tito (y luego los demás) recibieron la autoridad a través de la imposición de manos por parte del Apóstol, cosa que comportaba siempre la gracia de Dios que les venía concedida para llevar adelante el oficio que recibían:

Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, prisionero suyo, sino participa conmigo en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios, quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad… Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado (2 Tim 1,6-9.13-14).

No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio (1 Tim 4,14).

Un oficio, como el de regir las iglesias, que es dado con signos de la gracia divina (“espíritu”, “poder de Dios”, “don espiritual”) no puede provenir sino de Dios mismo, que es el único que puede conceder esas gracias.

Por otro lado, esos mismos que Pablo había establecido “presbíteros en cada una de las iglesias” (Hechos 14,23) eran considerados por todos como establecidos por el mismo Espíritu Santo:

Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre (Hechos 20,28).

En decir, aquellos que han sido puestos al frente de las iglesias como sus pastores con la imposición de manos (Timoteo y Tito son los ejemplos más claros de todo el Nuevo Testamento) son considerados como puestos en ese oficio por el mismo Espíritu Santo; es claro, entonces, que la autoridad que ellos poseen les viene como carisma de parte de Dios. A ese carisma en favor de la transmisión fiel del mensaje evangélico hasta el final de los tiempos llamamos “sucesión apostólica”.

Hechos de los Apóstoles

Todo el libro de Hechos, como su mismo título lo declara, es el relato de las primeras acciones apostólicas de la Iglesia primitiva, y en particular de Pedro y Pablo. Es un verdadero gusto, y damos gracias a Dios y a Lucas, su autor, por semejante tesoro. Allí podemos ver declarado, no a modo de definición dogmática, como lo hará la Iglesia más tarde para alejar toda duda, sino como práctica pastoral de hecho, la realidad de hombres que ostentan la suprema autoridad en las iglesias locales no por voluntad propia, sino por disposición de Dios y de los Apóstoles. A esta autoridad llamamos “sucesión apostólica”, es decir, la autoridad que los mismos Apóstoles quisieron que tuviesen los que irían a presidir las comunidades cristianas “hasta el fin del mundo”, y a los cuales el cristiano debe considerar como ocupando el lugar de los Apóstoles.

  1. a) Santiago, el hermano del Señor

La figura que más resalta en este sentido, y con gran claridad, es Santiago.

Hay que saber que en las Escrituras del Nuevo Testamento aparecen varios personajes llamados “Santiago” (gr: “Iakobus”). Para lo que nos ocupa ahora es importante saber que el Santiago que aparece en la reunión conciliar de Jerusalén y en algunas cartas de Pablo no es uno de los Doce. Se pueden consultar, por ejemplo, estos artículos del “The Word Biblical Commentary” (dirigido por estudiosos protestantes) sobre el autor de la carta canónica de Santiago (en inglés) y sobretodo “The Anchor Bible Dictionary” (también dirigido por autores protestantes) sobre el nombre “Santiago” en el Nuevo Testamento (inglés) y Santiago, el hermano del Señor (ya traducido al español). También se puede ver cualquier comentario o diccionario bíblico.

Pues bien, este Santiago, que no siendo uno de los Doce está sin embargo a la cabeza de la comunidad de Jerusalén, es visto por Pablo y los Doce como un sucesor de ellos en el gobierno de esa comunidad, con toda la autoridad del caso, de tal modo que los fieles e incluso los mismo Apóstoles se sujetan a sus disposiciones. Veamos lo que nos dicen las Escrituras.

Y (Pedro) haciéndoles señal con la mano para que guardaran silencio, les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Y les dijo: Informad de estas cosas a Santiago y a los hermanos. Entonces salió, y se fue a otro lugar. (Hechos 12,17)

De notar aquí la importancia de Santiago en la dirección de la comunidad, que debe ser avisado del evento extraordinario de la liberación de Pedro; ¿el motivo? Sin duda por tratarse del pastor de esa comunidad de Jerusalén, pastor reconocido por Pedro.

Leemos sobre el concilio de Jerusalén:

Cuando terminaron de hablar, Santiago respondió, diciendo: Escuchadme, hermanos. Simón ha relatado cómo Dios al principio tuvo a bien tomar de entre los gentiles un pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, tal como está escrito: DESPUÉS DE ESTO VOLVERÉ, Y REEDIFICARÉ EL TABERNÁCULO DE DAVID QUE HA CAÍDO. Y REEDIFICARÉ SUS RUINAS, Y LO LEVANTARÉ DE NUEVO, PARA QUE EL RESTO DE LOS HOMBRES BUSQUE AL SEÑOR, Y TODOS LOS GENTILES QUE SON LLAMADOS POR MI NOMBRE, DICE EL SEÑOR, QUE HACE SABER TODO ESTO DESDE TIEMPOS ANTIGUOS. Por tanto, yo juzgo que no molestemos a los que de entre los gentiles se convierten a Dios, sino que les escribamos que se abstengan de cosas contaminadas por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre. Porque Moisés desde generaciones antiguas tiene en cada ciudad quienes lo prediquen, pues todos los días de reposo es leído en las sinagogas. (Hechos 15,13-21)

Sabemos que esta intervención de Santiago es decisiva en el concilio de Jerusalén, y se trata nada menos que de decidir sobre lo que es necesario, y lo que no, para la salvación. ¡Qué autoridad la de este hombre, que no es un apóstol y que está a la cabeza de la Iglesia nada menos que en Jerusalén! Luego, en la carta que envían a las comunidades del Asia, se dice: “Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (15,28). Son palabras en verdad llenas de significado: ese “nosotros” no son sólo los apóstoles, sino también Santiago y los ancianos, que se habían reunido para deliberar sobre ese asunto (15,6). De modo que tenemos, ya en la época apostólica, que algunos hombres actuaban con autoridad sobre cuestiones de fe y de gobierno, cosa que, por supuesto, se continuaría con la desaparición de los Apóstoles, a medida que morían. Eso es lo que, en la Iglesia Católica, se conoce como “sucesión apostólica”.

Otro texto sobre la autoridad con la que obraba Santiago y de los demás ancianos. Cuenta Lucas:

Después de estos días nos preparamos y emprendimos el camino hacia Jerusalén. Y nos acompañaron también algunos de los discípulos de Cesárea, quienes nos condujeron a Mnasón, de Chipre, un antiguo discípulo con quien deberíamos hospedarnos. Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con regocijo. Y al día siguiente Pablo fue con nosotros a ver a Santiago, y todos los ancianos estaban presentes. Y después de saludarlos, comenzó a referirles una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles mediante su ministerio. Y ellos, cuando lo oyeron, glorificaban a Dios, y le dijeron: Hermano, ya ves cuántos miles hay entre los judíos que han creído, y todos son celosos de la ley; y se les ha contado acerca de ti, que enseñas a todos los judíos entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones. Entonces, ¿qué es lo que se debe hacer? Porque sin duda la multitud se reunirá pues oirán que has venido. Por tanto, haz esto que te decimos: Tenemos cuatro hombres que han hecho un voto; tómalos y purifícate junto con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos sabrán que no hay nada cierto en lo que se les ha dicho acerca de ti, sino que tú también vives ordenadamente, acatando la ley. Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito, habiendo decidido que deben abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación. Entonces Pablo tomó consigo a los hombres, y al día siguiente, purificándose junto con ellos, fue al templo, notificando de la terminación de los días de purificación, hasta que el sacrificio se ofreciera por cada uno de ellos. (Hechos 21,15-26)

Tenemos aquí a Pablo, el que era Apóstol no por designio humano, sino por voluntad directa y tajante de Jesucristo, que había recibido el evangelio directamente del Señor (ver Gal 1,1), pues bien este mismo Pablo ¡va a ver a Santiago!, con quién estaban también los ancianos. A ellos les da cuenta de lo que hace con los gentiles, y luego de que estos glorificaran a Dios por lo que había hecho mediante la predicación de Pablo, les mandan que cumpla con preceptos de la ley que no tenían ya ningún valor, pero para escandalizar a los judíos que eran aún escrupulosos en esto. ¿Qué hace Pablo? ¡Pues sin decir ni una palabra va y cumple con los ritos que le mandan! ¿Porqué hace eso? Porque Santiago y los demás ancianos TENÍAN AUTORIDAD, aunque no eran Apóstoles. Podemos preguntarnos: ¿se interrumpió el gobierno de la Iglesia en los años que siguieron?

En Gal 2,9, Pablo dice que Santiago, junto a Pedro y Juan, eran considerados “columnas” de la Iglesia (sobre la identidad de este Santiago, que no es uno de los Apóstoles, véase un comentario bíblico, por ejemplo Richard Longenecker, en “The Word Biblical Commentary”, volúmen 41, “Galatians”, 1990).

De modo que si los Apóstoles mismos reconocían a uno que no era Apóstol, como Santiago, y también a los demás ancianos (gr. “presbyteroi”) como válidos pastores de la iglesia en Jerusalén con toda la autoridad que hemos visto (¡columnas!), ¿Cuál es la duda acerca de la sucesión apostólica? Y si, como dicen algunos, no se trata de un sucederse de hombres en el cargo de cabezas de la comunidad con autoridad de enseñar y de gobernar conferida por los Apóstoles, es decir, de una “sucesión apostólica”, entonces ¿de qué se trata?

  1. b) Los presbíteros de la comunidad de Éfeso

Hay un texto, que ya hemos citado más arriba, de gran valor a la hora de ver la autoridad con la que contaban los líderes de la comunidad post-apostólica. Se trata del discurso de Pablo en Mileto, poco antes de partir para Roma, de donde no volvería más (cosa que Pablo sabía -Hechos 20,25-). Quedándose en Mileto, Pablo manda un mensaje a Éfeso para que vengan a verlo, pero curiosamente no llama a toda la comunidad de creyentes, sino “a los ancianos de la Iglesia” (20,17). ¿Porqué? Se verá en el discurso que les da (citamos sólo los pasajes más importantes para nuestro tema):

Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros bien sabéis cómo he sido con vosotros todo el tiempo, desde el primer día que estuve en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con lágrimas y con pruebas que vinieron sobre mí por causa de las intrigas de los judíos; cómo no rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo…

Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de vosotros, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro. Por tanto, os doy testimonio en este día de que soy inocente de la sangre de todos, pues no rehuí declarar a vosotros todo el propósito de Dios. Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre. Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre vosotros que no perdonarán el rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas. Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados…

En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir.” Cuando terminó de hablar, se arrodilló y oró con todos ellos. Y comenzaron a llorar desconsoladamente, y abrazando a Pablo, lo besaban, afligidos especialmente por la palabra que había dicho de que ya no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta el barco. (Hechos 20,18-38).

Señalamos sólo algunas cosas:

– Pablo llama a los ancianos de Efeso, ya que les quiere encomendar sus últimas palabras, darles ánimo, advertirles. ¿Porqué a ellos y no a todos los creyentes de Efeso? Porque Pablo sabía que, después de él y de los Doce, ELLOS GOBERNARÍAN LA IGLESIA DE DIOS. Eso es lo que llamamos “sucesión apostólica”. “Ancianos” es un término técnico, y se refiere a los que gobernaban las iglesias; en otras palabras, Pablo no mandó llamar a los “viejos”, sino a los responsables de la comunidad, que serían en su mayoría de una cierta edad, sin duda, de donde se origina el vocablo (que ya existía en el Antiguo Testamento – hebreo: “zakén”, “anciano” – y que también se refería a los que presidían en el puelbo).

– Esos ancianos habían oído de Pablo (por tradición oral, el único modo de transmitir el evangelio entonces) muchísimas cosas relacionadas al “propósito de Dios”, “durante tres años, de noche y de día” y “uno por uno” como también “públicamente”. Estas cosas permitían a los ancianos gobernar la iglesia según Dios, y distinguir la sana doctrina de la que no era, y consecuentemente ejercer una verdadera autoridad sobre los demás fieles.

– Pablo les manda que “tengan un cuidado muy atento” (gr. “proséjete”) de sí mismos y “de todo el rebaño” (gr. “panti to poimnío”) en el cual el Espíritu Santo “os estableció” (gr. “étheto”) para “pastorear” (gr. “poimánein”) “como obispos” (gr. “episkopous”) “de la Iglesia de Dios” (gr. “ten ekklesían tou theoú”). De modo que los ancianos son puestos como “obispos” por el Espíritu Santo, para ser pastores, y como sabemos nadie puede ser pastor si no tiene autoridad para ello. En otros textos del Nuevo Testamento encontramos que los ancianos y obispos son establecidos “por los Apóstoles” por la “imposición de manos” (ver por ejemplo 1 Tim 4,14), y no se daba la práctica -corriente en algunas denominaciones cristianas- que el que se creía llamado al obispado daba un paso adelante y se establecía en tal. De modo que el Espíritu Santo no excluye la elección que hace la iglesia de los ancianos, ni la elección que hace la iglesia de los ancianos excluye la elección del Espíritu Santo: éste obra en aquella, porque se trata de “la Iglesia de Dios”. Resuena en los oídos aquella expresión de la carta post conciliar de Jerusalén: “Nos pareció bien, al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hechos 15,28) siendo que en realidad no había habido ninguna manifestación extraordinaria del Espíritu en ese concilio, sino más bien las apasionadas discusiones de los apóstoles, ancianos y toda la iglesia (ver Hechos 15,2.7). Así, de modo “invisible”, se manifestaba el Espíritu muy visiblemente por medio de los “obispos” que Él mismo había “establecido” para “pastorear” la Iglesia de Dios.

– Pablo sabe que son hombres de barro, y que pueden naufragar en la fe: “de entre vosotros se levantarán lobos feroces”, etc. (29 y 30). De modo que también debía saber que no era en base a la sabiduría personal, ni a la santidad de vida que los “obispos” habían sido establecidos por el Espíritu Santo. A PESAR de que eran sólo hombres, son ELLOS los que siguen siendo considerados por Pablo como los “pastores” del rebaño, con autoridad divina (“el Espíritu Santo os estableció”). Para no caer en los errores doctrinales Pablo les dice que “estén alertas” (gr. “gregoréite”) “recordando constantemente” (gr. “mnemonéuontes”) lo que les había enseñado POR TRES AÑOS. (Ya que el presente artículo tiene carácter apologético, nos permitimos notar que, curiosamente, no les dice que se atengan a la sola autoridad de las Escrituras como arma infalible para pastorear el rebaño, que es la doctrina actual del evangelismo) De modo que los lobos feroces serán aquellos que enseñen al rebaño doctrinas contrarias a lo que él les había trasmitido “por tres años, día y noche”, “uno por uno y en público”. En otros lugares Pablo, teniendo en cuenta esta misma necesidad de custodiar el depósito de la fe íntegramente, dirá que conservemos “las tradiciones que de mí habéis aprendido, sea por carta, sea oralmente” (2 Tes 2,15), y Pedro dirá que en los escritos de Pablo, como en las demás Escrituras, “hay pasajes de difícil interpretación” que los ignorantes e inestables usan “para su propia perdición” (2 Pe 3,16), de modo que la doctrina de la “sola biblia” como norma de fe no solo no aparece en las Escrituras, sino que le es contraria. En la historia del cristianismo de los primeros siglos, los lobos feroces se respaldarán SIEMPRE en textos bíblicos (interpretados cada uno a su modo) y la verdad del evangelio será defendida SIEMPRE en nombre de “lo que hemos recibido de los apóstoles” y “se trasmite en las iglesias fundadas por ellos” (ver el artículo sobre la sucesión apostólica en los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, para los textos). Esto, como vemos por Hechos, no es una invención de Constantino, sino que es la disposición que dejaron los Apóstoles.

– Pablo los encomienda “a Dios y a la palabra de su gracia” que “es poderosa para edificaros y daros la herencia entre todos los santificados”. Algunos verán aquí, sin duda, la supuesta doctrina de la “sola scriptura” de Pablo, porque los encomienda a la “palabra” de su gracia, que sería la Biblia… No podemos detenernos en todos los puntos, y además estamos preparando un artículo sobre el significado de “palabra de Dios” en las Escrituras, pero baste mencionar que:

  1. a) cuando Pablo dio este discurso, no había ninguna “palabra” escrita del Nuevo Testamento a la cual los ancianos hubiesen tenido que ir para “edificarse”, y ciertamente no se trataba de los escritos de la Antigua Alianza, en los cuales no está la doctrina de la Nueva sino sólo oscuramente;
  2. b) la “palabra” de Dios, en Pablo, es mucho más que la Biblia, como lo es en los demás escritores del Nuevo Testamento, comenzando por Juan que dice que la palabra “era Dios”, y que “habitó entre nosotros”, refiriéndose a Jesús;
  3. c) “palabra de su gracia”, en este pasaje, se entiende más bien como “toda la revelación de Dios”, incluyendo su “gracia”, su obrar, su presencia, su ayuda, su fuerza, etc. Pablo no les está diciendo que “lean las Escrituras”, sino que los “encomienda a la gracia de Dios”, que aquí se expresa con la bella expresión “palabra de su gracia”. La mismísima expresión aparece en Hechos 14,3, donde de ningún modo puede significar “la Biblia”, sino más bien “evangelio”, es decir, todo el mensaje de la salvación en todos sus aspectos. De modo que la fuerza de los ancianos (y podemos decir, de los líderes de las iglesias en lo porvenir) reside en la gracia de Dios, en su presencia que edifica la iglesia, una iglesia EN LA CUAL surgirán lobos feroces, pero que el Señor no permitirá que destruyan el rebaño, como es obvio.

Digamos como conclusión que en el discurso de Pablo a los ancianos de Efeso se ve que los Apóstoles (aquí Pablo) querían que en la Iglesia de Dios hubiese autoridad, visible, que son hombres elegidos por el Espíritu Santo como obispos para pastorear el pueblo de Dios, y que eso no los vuelve santos necesariamente: habrá buenos pastores y habrá malos pastores, pero la gracia de Dios estará en su Iglesia para gobernarla hasta el último día de su existencia. Después de todo, es el mismo Espíritu el que los elige, y por tanto provee también a darles su gracia.

El Apocalipsis

En el libro del Apocalipsis se mencionan los “ángeles de las Iglesias”, a los cuales Jesús les habla, les amonesta, los anima, etc. (capítulos 2 y 3). Según la interpretación más común, esos “ángeles” serían los obispos de las respectivas iglesias, quienes tienen la responsabilidad de la conducción de las mismas, y por eso reciben el reproche o la alabanza por parte de Jesús.

En la literatura extra bíblica contemporánea con el libro del Apocalipsis, nos encontramos con una organización eclesial fuertemente centrada en torno a la figura del obispo, como lo afirma repetidamente S. Ignacio de Antioquia en sus cartas, dirigidas en su mayoría a las comunidades del Asia Menor, la misma región geográfica donde se ubican las “siete iglesias” que reciben los mensajes apocalípticos. Si bien S. Ignacio no usa el nombre de “ángel” cuando habla del obispo de una comunidad (cosa muy lógica ya que no tenían la intención de escribir una carta de carácter simbólico, como lo es el Apocalipsis), sin embargo la alta estima en la que era tenido como representante de Dios en la comunidad permite pensar que el autor del Apocalipsis se esté refiriendo a ellos cuando habla de los “ángeles de las iglesias”.

En el libro del Apocalipsis Jesús se dirige a las iglesias a través de los “ángeles” de esas comunidades, los que difícilmente pueden tomarse como los “ángeles” del mundo celestial, ya que algunos son duramente juzgados por Jesús debido a sus pecados, cosa imposible en un “ángel” en sentido estricto. Así encontramos por ejemplo estos reproches dirigidos a los “ángeles” de las iglesias: “no eres ni frío ni caliente, y por eso te vomitaré de mi boca” (3,15) “conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto” (3,1), etc. Sería difícil -por no decir imposible- aplicar estas expresiones a un ángel de la corte celestial; más bien parecería que bajo el nombre simbólico de “ángel de la iglesia” el autor del libro – todo él simbólico – quiera referirse a un ser humano, que a diferencia del ángel es capaz de pecado, como sería el obispo, figura puesta al frente de una comunidad de creyentes (Iglesia).

Otro dato a tener en cuenta es que estos “ángeles”, siempre según el libro del Apocalipsis, cumplen la función que cumpliría precisamente un obispo: enseñar con autoridad y organizar las comunidades, aplicando la debida disciplina interna. Es lo que se ve claramente en 2,12-16, donde aparece el mensaje al “ángel de la iglesia de Pérgamo”, que luego de una alabanza inicial recibe también un reproche “porque tienes ahí a los que mantienen la doctrina de Balaam… Así tú también tienes algunos que de la misma manera mantienen la doctrina de los nicolaítas. Por tanto, arrepiéntete; si no, vendré a ti pronto y pelearé contra ellos con la espada de mi boca”. Evidentemente se trata de una comunidad de personas, o más bien del guía de esa comunidad (se usa la segunda persona singular) que no ha sabido ordenar esa asamblea convenientemente, dejando entrar a los falsos maestros nicolaítas. Se trata claramente de un oficio de gobierno, que como sabemos estaba en manos del “epískopos” u “obispo”.

¿Podemos encontrar en el Antiguo Testamento, cuyo ambiente es fundamental para entender el nuevo, alusiones a los líderes de las asambleas con el nombre de “ángeles”? Si. En Mal 2,7 el sacerdote, al cual hay que acudir para recibir la instrucción y la sabiduría, es llamado en hebreo “mal’aj yhwh tsevaot” (en la LXX: “angelos kuriou pantokratoros”), que se traduce habitualmente como “mensajero del Señor de los ejércitos”, pero que se puede traducir también como “ángel del Señor de los ejércitos”. De cualquier modo que se traduzca, lo que importa para nuestro caso es que es la misma palabra (gr: “angelos”) que se usa en el Apocalipsis.

Además, en Ap 1,20 los “ángeles de las iglesias” son llamados también “estrellas”; es común en el ambiente judío designar a los que presiden una comunidad con el nombre de “estrellas” (ver por ejemplo Daniel 12,3). En otras palabras, para los oídos hebreos que oían el texto del Apocalipsis, tanto “ángeles” como “estrellas” tenían una connotación familiar: eran los líderes religiosos del pueblo. Si a esto le sumamos, como vimos, que no se puede haber tratado de ángeles en el sentido de seres celestiales, es claro que los mensajes del Hijo del hombre a los “ángeles de las iglesias” se dirigen a los líderes de las mismas, que en el Nuevo Testamento son los “episkopoi” (obispos) y “presbyteroi” (ancianos o presbíteros).

Con respecto al número de siete, según la aritmética apocalíptica, representa la totalidad, de modo que tendríamos en las “siete iglesias” representadas todas las iglesias, y con ellas también a los “ángeles de las siete iglesias”.

Conclusión

Como decíamos al inicio, la lectura atenta de las Escrituras, particularmente de los textos más tardíos que nos muestran cuál fue la evolución de la disciplina de la Iglesia en los últimos años apostólico y del comienzo de la era post-apostólica, muestra que los Apóstoles establecieron a los obispos, presbíteros y diáconos como sus sucesores, en grado diferenciado, para el buen gobierno de la Iglesia (sobre el particular de los “grados” del ministerio, ver el Catecismo de la Iglesia Católica, números 1536 a 1600); con este fin imponían las manos a hombres selectos para que, con autoridad, gobernasen la grey, enseñasen la doctrina y administrasen el culto; en una palabra, para que “cuidasen de la grey en la que el Espíritu Santo los había establecido como obispos para pastorear la Iglesia de Dios” (Hechos 20,28). Sin necesidad de buscar la expresión “sucesión apostólica” en las Escrituras -que ciertamente no aparece, como tampoco aparece la palabra Trinidad sin que por eso no podamos creer en la doctrina trinitaria- podemos estar seguros que los Apóstoles tuvieron la intención, y de hecho así lo hicieron, de establecer en las distintas iglesias “sucesores”, que a su vez debían cuidar de nombrar a otros (Tit 1,5-9), hasta que el Señor tornase en gloria. Este es el modo con el cual el Espíritu Santo no permite que el evangelio de Dios se corrompa con el paso del tiempo, la debilidad humana y la rapacidad de los lobos disfrazados de ovejas.

Autor: Pbro. Juan Carlos Sack

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